Hombres, mujeres y
niños. Un total de 50.000 personas abarrotamos ayer el parque Dorado para mostrar nuestro apoyo a la lucha que
mantienen los mineros por el futuro del sector. De la Felguera a Sama unas veces
reinó el silencio; otras el estruendo de los petardos, la algarabía de aplausos… Y siempre una
solidaridad franca y sincera.
Como tantas otras veces
a lo largo de la historia, el ambiente demostró que ser minero o minera es algo
más que una actividad laboral. Es una manera distinta de entender la vida, una
cultura específica que se ha ido transmitiendo de generación en generación.
Podrán cerrar los pozos, reducir a la mínima expresión la actividad productiva,
pero va a resultar difícil, por no decir imposible, que aniquilen esta cultura.
Mi bisabuelo materno,
Felipe, fue minero. Mi abuelo también materno, un republicano andaluz al que el
Gobierno franquista trasladó forzosamente al pozo Fondón. Mi padre, Juan Diego,
un emigrante extremeño que encontró en las minas asturianas una alternativa
laboral y la solidaridad que no había en el pueblo de terratenientes donde le tocó
nacer. Mi tío, Marcelino, un vigilante jubilado que tuvo que falsificar su
partida de nacimiento para entrar a
trabajar porque en casa no había para comer. Mi abuela materna, Gelina, una
mujer de tantas que recogió carbón de las escombreras. Yo soy la heredera de esa cultura de esfuerzo, lucha
y, sobre todo, solidaridad.
Al igual que yo, miles
de personas de las cuencas mineras asturianas tienen el legado de historias similares
e incluso muchísimo más duras. Y creo no equivocarme al afirmar que toda esa
gente tenemos en común el esfuerzo por transmitir a nuestros hijos los valores
que nos han inculcado nuestros antepasados: apoyo a las personas que más lo
necesitan, coraje y valentía ante las dificultades, capacidad de organización y
de lucha contra las injusticias…
Es la sociedad minera,
una sociedad que no se arrodilla. Puede, en ocasiones, ser ruda en las formas,
pero siempre noble en sentimientos.
Como ya escribí en mi
anterior blog, nací en el valle del Samuño, me amamanté con la leche amarga de
la huelga del 62, y soy, en definitiva, heredera de una cultura solidaria que
imprime carácter y de la que me siento orgullosa. Así que pienso que la mejor
manera de concluir, pensando especialmente en los mineros que mantienen su
encierro en los pozos Candín y Santiago, es decir sencillamente: vuestra lucha es también mi
lucha.
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